Callejeando - Infonortedigital.com

2022-06-10 19:05:18 By : Ms. Lucy Lee

Es normal que las personas que vamos cumpliendo años tendamos a recordar tiempos pasados, y más si fueron recuerdos felices. Pero hay que tener mucho ojo para que no se vuelvan batallitas.

Como comprendo que los jóvenes no tienen mucho interés en lo pasado, reflejo en este artículo algunas sencillas vivencias con la esperanza de que las lean y comprendan que el mundo que disfrutan hoy fue forjado y modelado por el esfuerzo de sus mayores y que ojalá con el tiempo lo engrandezcan. Mis paisanos coetáneos, por el contrario, sonreirán y harán como yo: recordarán sus experiencias vividas en este callejear por nuestra ciudad.

Esta tarde cambio de ruta en mis habituales paseos vespertinos y recorro el cinturón que encierra el casco de Gáldar. Empiezo por la calle del correo. Allí estaba la escuela de Merceditas donde aprendí las primeras letras y a rezar.

En la esquina, nuestra tienda de ultramarinos.

En esta calle, las casas terreras fueron reemplazadas por edificios de dos o tres plantas.

Sigo por la trasera de nuestro regio Teatro donde se encuentra la casa de los Batllory, ilustres escritores. Le echo un vistazo a la fachada trasera del colegio Cardenal Cisneros, donde estudié, situado frente a un moderno edificio residencial que antes fue almacén de empaquetado de tomate y plátano, quedando en mi recuerdo el repiqueteo producido por la confección de cajas para la fruta, amenizado por los cantos de las trabajadoras.

Sigo por la calle del cuartelillo, habitáculo donde se encerraba a los borrachos por las fiestas mayores. Se dejaba la puerta abierta para que se fueran después de dormir la mona. Da pena ahora lo solitaria que está dicha calle, antes tan llena de vida.

Continúo por Guayres, una de nuestras calles más bellas. Parece que estoy oyendo ahora en el altavoz del cine aquellas viejas rancheras que anunciaban el pase de la película de los domingos a las cuatro.

Luego sigo por la calle del Convento, y admiro, una vez más, la preciosa fachada del edificio que albergó a religiosas argentinas en la Segunda República.

Dejo atrás Coruña y Lomo V, y enfilo la calle Agua. A la derecha modernos edificios donde antes había huertas que alimentaron a sus dueños, junto con el consabido gallinero y la imprescindible cabra.

A la izquierda, casas antiguas, algunas con el sello clásico de nuestra arquitectura tradicional. No dejo de echar un vistazo a los Lomos: cualquiera de ellos nos lleva a nuestra habitual zona de baño: El Agujero.

Llego al primero de ellos, que baja a Caleta de Arriba y me desvío subiendo por el Cabuco. Saltándome el perímetro pensado, me acerco a Cañada Honda para disfrutar del paisaje en este atardecer. Veo cómo destacan en Los Llanos los pardos rectángulos de las fincas de plataneras, el verde oscuro de los estanques y, al fondo, el azul del mar que se va vistiendo de colores en el horizonte.

Paso cerca de la casa de mis abuelos, recordando mi niñez, y me vuelvo niña. En la esquina de la calle, la heladora de Felito. Él, con su carrillo amarillo de los mantecados, nunca faltó a la cita en ninguna fiesta, para deleite de grandes y chicos. No reprimo las ganas de disfrutar de un buen helado de turrón que me ofrece un descendiente de aquel amable artesano.

Ya bajo por la calle Drago, donde siempre discurría el agua cantarina por las acequias y las lavanderas se afanaban sin suspender su cháchara. Las troneras de la Cuarta era un sitio peligroso para los niños, no así las acequias donde poníamos a navegar palos pequeños, como si fueran barquitos, y, corriendo, los seguíamos hasta llegar al Callejón de la Montaña, calle insignificante flanqueada por fincas de plataneras y una o dos casas muy antiguas. Hoy es una de las calles de mayor actividad, que alberga negocios y el Instituto, enlazando al populoso barrio de La Montaña.

El final del paseo es la Calle Larga, la principal arteria de Gáldar, calle siempre animada, y, cómo no, también transformada en aras de la modernidad y de la economía. Me siento en una terraza a tomar un refresco mientras saludo a conocidos, que como yo, disfrutan de la concurrida tarde callejeando. ¡Cómo ha cambiado mi pueblo!

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