Las peripecias de mudarse - Revista Galeria en Montevideo Portal

2022-06-10 19:03:04 By : Mr. Owen Wong

Revista Galeria - Montevideo Portal

“¿Y cuál es 25 de Mayo, che?”. En ese momento, Carlos González (45), docente, se dio cuenta de que haberle hecho caso a su colega Andrea y contratar a Fede para que le hiciera la mudanza no había sido la mejor idea. Minutos antes había tenido otra prueba, cuando se presentó solo, sin nadie más para ayudar a cargar todo. “Bueno, vos me dijiste que eran pocas cosas”, fue el argumento esgrimido. Efectivamente, ventas previas y adelantar trabajo por la cuenta habían provocado que solo fuera necesario llevar el escritorio de la computadora, la biblioteca y bastantes cajas con libros. De cualquier forma, agradeció no tener problemas de espalda. Bajar y subir esas “pocas cosas”, que resultaron no ser tan livianas como parecían, acabó siendo el equivalente al ejercicio anual. “¿Y por qué este tipo no trajo un peón?”. La respuesta surgió sola desde el bolsillo, y en realidad ahí debió haber estado el primer alerta: por 800 pesos la hora nadie podía pretender una mudanza de lujo.

El de Carlos es un caso bastante común. El que se muda solo, por lo general acude a un fletero, al conocido de un conocido, o a alguien que le dé una mínima garantía de que los muebles y los electrodomésticos no queden reducidos a polvo en el camino. En el mercado, las empresas más afianzadas se quejan de la informalidad, de la improvisación de los fleteros reconvertidos y de los camiones con más personas de las autorizadas subidas como se pueda. Eso, dicen, se refleja tanto en los precios como en los resultados.

Claro que no conocer las calles de la Ciudad Vieja —barrio complicado para que un camioncito estacione entre semana, además— ya era demasiado. El profesionalismo de Fede —no así su disposición, su expertise ni su conocimiento de Montevideo— sí afloró a la hora de cobrar: dos horas y cuatro minutos desde Malvín Norte a la Aduana resultaron ser tres horas. Lo barato termina saliendo caro; más todavía a la hora de mudarse.

Lo insólito fue que toda la previa incluyó la espada de Damocles de otra mudanza simultánea, que hizo que los planes originales tuvieran que adelantarse una semana. “Yo dejaba la casa en la mañana y a la tarde ya la ocupaban, ¡yo no sé si eso se vio en la historia! Pasa que la mujer a la que le alquilaba quería ir a volver ahí y tenía que estar sí o sí ese día no me acuerdo bien por qué. Luego me llamó a reclamarme que ‘no estaba todo limpio’. ¡Y qué quería que hiciera! ¿Magia?”.

Ni tanto estrés. Se ha dicho con mucha liviandad que mudarse es tan estresante como una separación o la muerte de un ser querido. Si bien estos procesos a veces vienen de la mano —con regularidad, una separación— no hay más sustento para esa afirmación que la creencia popular. De hecho, según la Escala de Ajuste Social o Escala de Estrés de Holmes y Rahe, en honor a sus creadores, los psiquiatras norteamericanos Thomas Holmes y Richard Rahe, los hechos que más pueden afectar la salud y los nervios de las personas son: la muerte de la pareja, un divorcio, una separación, caer presos y la muerte de un familiar cercano. Aquí estaría el Top 5.

En una lista que incluye 43 sucesos distintos, entre los que se nombra casarse (en un séptimo lugar) y reconciliarse con la pareja (noveno), mudarse ni figura. Es cierto que esa escala fue confeccionada en 1967 y el estudio fue realizado en un país donde, según dice a Galería el director de Uruvan, Mario Albarracín, la gente puede llegar a mudarse “hasta 30 veces en su vida”, lo que lo transforma en algo bastante cotidiano. Pero también es cierto que no hay ninguna escala con un mínimo de rigor científico que le dé al cambiar de casa un tinte tan dramático.

Claro que todo depende del contexto. No es lo mismo irse de la casa de toda la vida que de una solución habitacional provisoria; no es lo mismo dejar un barrio peligroso o una vivienda con poca luz que un lugar hermoso, de la misma manera que no es igual perder un trabajo que se odia que uno que representa su vocación, escribió la columnista de la BBC Claudia Hammond. Hay cosas que suman: si hace falta sacar y esperar un crédito bancario, escuchar (y tolerar) a los nenes que no quieren dejar la placita y los amigos, embalar objetos y reencontrar recuerdos viejos y darse cuenta de los cientos de cosas inútiles que aún se tienen, combinar horarios con las conexiones de luz, el cable e Internet, lidiar con el de la mudanza, lidiar con los de la limpieza, lidiar con la inmobiliaria… bueno, expresado todo así es preferible ir a la guerra. Y si uno va a la guerra tiene que estar lo mejor armado posible.

“Una familia ya constituida acude a gente como nosotros”, asegura Lucas Mauro, uno de los directores de Mudanzas Dante; el otro es su hermano Diego. Esta empresa bien podría ser la decana de los suyos en Montevideo, ya que fue inaugurada el 23 de setiembre de 1923, en la hoy calle Eduardo V. Haedo, Dante hace casi un siglo.

Históricamente, las mudanzas acompañan al calorcito. Mauro dice a Galería que la zafra arranca en noviembre, con los últimos dos meses del año como los más fuertes, y enero gozando de los coletazos. “Pero de un tiempo a esta parte todo el año está más parejo”. Por su parte, Albarracín, cuya empresa ya lleva 40 años en plaza, extiende la temporada alta al período entre setiembre y mayo, al menos entre las locales. “En las mudanzas internacionales influye el período de vacaciones: si es desde acá, entre diciembre y marzo; en Europa y Estados Unidos los ejecutivos y diplomáticos aprovechan a mudarse entre junio y agosto”.

La zona costera de Montevideo y los barrios privados del área metropolitana están siendo los destinos más usuales de las empresas más importantes de la capital. Y la dificultad más grande, coinciden, no pasa tanto por el valor o fragilidad de los elementos a llevar, las distancias, los caminos ni la ansiedad de los clientes; la mayor dificultad pasa siempre por dónde estacionar el camión.

Al no haber una cámara que englobe las empresas de mudanza, no abundan los datos estadísticos sobre cuándo y cuánto gastan los uruguayos en mudarse. Sobre esto último, hay tantas respuestas como surtidos posibles en los supermercados: contratar un buen servicio, con gente que cargue, embale e instale puede oscilar entre 25.000 y 120.000 pesos, aunque los extremos pueden irse a 8.000 o dos millones de pesos. Claro que uno puede contratar un flete con cargadores por hora o buscar alternativas económicas por su propia cuenta. Mucha suerte, le desean desde las empresas con más experiencia.

El baqueano que no era. Gabriel Ordoqui (59), empleado del sector privado, tenía por la década de 1990 una barra de inseparables allá donde Goes se mezcla con La Comercial. Tan inseparables eran que cuando Juan se mudó, lo hizo ahí cerquita: de Nicaragua y República a Justicia y Miguelete. Como amigos del alma que eran, la barra se juntó a ayudarlo en el traslado. Con la ayuda de un camión, en “una horita” todo iba a estar pronto. Juan, como interesado, lo iba a llamar. Pero a Juan, todos lo sabían, le daba por procrastinar en demasía.

“La cosa es que habíamos combinado para un sábado al mediodía. Y el camión no vino. No vino a las 12.00, 12.30, una de la tarde, dos, nada. El tipo nunca había llamado”, recuerda Gabriel. Por más que eran cuatro cuadras, llevar los muebles no era para cualquiera. En la duda estaban cuando pasó un hombre, un cartonero, en un carro tirado por un caballo. “Se nos ocurrió ‘contratarlo’ ahí mismo, ver si le servía. Lo paramos, arreglamos un precio y el tipo loco de la vida”, recuerda.

En los 90 ya no se hacían mudanzas a tracción a sangre, algo que no le preocupó a la barra de Gabriel. El Calavera, uno de los amigos, aduciendo haberse criado “en el Borro”, algo que nadie podía asegurar, insistió en ser él quien iba a conducir el carromato. El pobre caballo era un matungo mansito, que no estaba acostumbrado al maltrato. “Al Calavera, supuestamente un entendido, se le ocurrió darle un fustazo en las verijas, y el caballo se paró de manos, corcoveó y tiró todo, la puerta de un ropero para acá, la otra para allá, dejamos el tendal de cosas en la calle, rayamos un auto que estaba estacionado, salió el dueño… ¡carísimo nos salió!”. Lo que pensaron que iba a durar un ratito y que sería una diversión más acabó terminando tarde, involucrando a toda la cuadra y costando un platal.

No hay un arancel. “El costo es variable, pero nosotros no cobramos por hora ni por servicio. No es lo mismo un embalaje nacional que uno internacional. No son lo mismo cuatro horas llevando cajas con documentos que una caja fuerte, que es algo complejo. No es lo mismo una caja fuerte que obras de arte. Sí hay cosas con las que hay que tener más cuidado, como los espejos grandes. Hay mucha gente que cree que mover un piano es muy difícil, pero todo depende del embalaje”, indica por su parte Mauro, de Mudanzas Dante.

Casi centenaria, con pasado de mudanzas a tracción a sangre y un presente más sofisticado, su empresa ha mudado a presidentes como Luis Batlle Berres y a la propia Presidencia de la República, a bancos como el República y el Central, a la poeta Juana de Ibarbourou y hasta al maestro Oscar Tabárez, extécnico de la selección uruguaya. Su mayor trabajo en los últimos tiempos ha sido el traslado de la Facultad de Veterinaria, desde La Mondiola a su ubicación actual, frente a Zonamerica. “Llevó dos meses y medio, tuvimos que implicar a 14 personas, menos animales vivos llevamos lo que te imagines; por suerte, hubo una buena onda total de la gente de la facultad”. Una vez “cada cuatro o cinco meses” les toca “algún impertinente, algún maleducado, alguien que tiene plata y cree que por eso tiene derecho a tratarte mal”. Por suerte, subraya, son “los menos”. Y no dice nombres.

De pueblos y continentes. Todo un pueblo del departamento de Florida se vio involucrado en la mudanza de María Rodríguez (23), estudiante. Y la gente estaba disponible en su casa, porque a su madre se le ocurrió hacerlo un 24 de diciembre. Obviamente, no había empresa que quisiera complicarse la existencia el día antes de Navidad, así que decidió encarar ella misma la tarea. Por suerte, la distancia entre el inmueble que se dejaba y al que se llegaba era de unas tres cuadras; aunque en esa localidad, en verdad, eso era como decir de una punta a la otra del pago.

“Mi madre agarró la camioneta roja de mi abuela, que estaba bastante baqueteada, solo tenía cuatro velocidades y un asiento solo. En el asiento del acompañante estaba el tanque de nafta, que en realidad era un bidón de agua. Además, la dirección parecía que sufría de Parkinson de cómo temblaba”, recuerda la joven, sobre una mudanza que podrían haber guionado los Monty Python.

Como para dejar en claro las prioridades, lo primero que se llevó fueron las plantas; recién después fueron los muebles y los artefactos eléctricos. Con los viajes, la camioneta empezó a reclamar que estaba más para tirar que para cargar. “Todos los vecinos terminaron ayudando a mi madre a subir las cosas y a empujar el vehículo. Este no daba más, pero la mudanza se hizo toda en el día”. Terminaron casi que con el brindis de Nochebuena. Con la primera lluvia, los primeros vientos y el primer frío invernal la familia se dio cuenta de que había goteras, que una parte del techo no estaba bien sujeta y la estufa a leña precisaba un rediseño (“se les llenó la casa de humo”), como para que el surrealismo no se quedara solo con el traslado. “Todo el que se muda se estresa”, sentencia María.

Además de director de Uruvan, tarea que comparte con sus hijas María José y María Fernanda, Mario Albarracín es directivo de la Latin American and Caribbean Moving Asociation (Lacma), que nuclea a empresas de 23 países de la región. De ahí que tenga el dato de que los uruguayos se mudan “mucho menos” que un extranjero. “Como máximo, se mudará cuatro o cinco veces. Un europeo o un norteamericano, hoy, por razones de trabajo, cambia de puesto, de empresa, de estado o de país. Son 20 o 30 mudanzas. Es una vida totalmente diferente”.

Para él, el proceso de mudanza no es algo estresante. Sí lo puede ser, en cambio, la previa, la cabeza que empieza a girar entre los cambios de casa, de barrio y de vecindades. El proceso, asegura, no tendría que serlo si se contrata el servicio adecuado. “Y vos podés para eso ir a un local de fast-food o un restaurante. Y yo ofrezco un restaurante de mantel blanco”, grafica.

En las empresas más afianzadas, hay una inspección previa a la mudanza, en la casa de origen y en la de destino. En la primera se embala la losa, la cristalería y los cuadros. Estos últimos pueden requerir un papel parafinado. La idea es que la recolocación en el destino sea lo más fácil posible. A Uruvan, cuenta Albarracín, le tocó la tarea de traer y devolver las obras de Pablo Picasso a Montevideo, desde Barcelona y París, en 2019. Además del papel parafinado fueron necesarios embalajes especiales con protecciones contra la humedad. “Vinieron en cuatro vuelos. Eran obras que valían 380 millones de euros… Ahora estamos trabajando en traer obras de (Florencio) Molina Campos”.

De las últimas operativas, el director de Uruvan recuerda a un jeque árabe, diplomático, que se instaló en un piso 20 de un edificio del Buceo. Entre las cosas que trajo de Estados Unidos, donde vivía, había una pecera inmensa y una mesa de pool pesada como plomo. “No había forma de subirla. Hubo que contratar una grúa telescópica. Solo usarla costó 5.800 pesos”. Todo sea por cumplir.

Una mudanza internacional es algo complicado. Una transcontinental lo es más todavía. Aldo Sánchez (42), profesional universitario, volvía a Montevideo desde Salamanca, España, en 2009, con su esposa y dos hijos chicos. “Por ese tiempo habíamos averiguado que se exoneraban de algunos impuestos a los uruguayos que retornaban al país. Entonces, bien uruguayos, pensamos en la plata aunque yo tenía mis serias dudas de que ese abaratamiento compensara, como realmente pasó...”.

“Bien uruguayo”, buscó lo más barato. Si bien había servicios que por 7.000 dólares aseguraban que todo iba de una casa a otra, Océano Atlántico de por medio, contrató a uno que por 3.500 verdes dejaba todo en el Puerto de Montevideo y —supuestamente— solo había que contratar luego un flete para llevar todo al destino final, en Peñarol. Primera sorpresa: el camionero que fue a buscar las cosas no solo fue solo, sino que por contrato no tenía permitido cargar peso. “En España, me dijo, el que maneja maneja y el que carga carga y hay que pedirlo expresamente. En realidad, nunca se me había ocurrido que eso podía pasar. Imaginate bajar todas las cosas solo, aunque estén embaladas, desde un tercer piso y por ascensor. El tipo estaba a las puteadas”. Lo que pensó que iba a insumir una hora le llevó cuatro. Para peor, tanto él como su esposa quisieron traerse todo lo que habían adquirido en cinco años en la Madre Patria. “Me traje todas las porquerías que tenía de España. Ni una pude tirar”.

La familia de Aldo llegó en avión mientras las cosas navegaban por el Atlántico. Luego de pasar dos semanas entre lo de su suegra y su nueva casa vacía, le avisaron que habían llegado las cosas. “Al final, resulta que solo un impuesto era el que se exoneraba y había que pagar como 20 más… Además, me cobraban 300 dólares por día en el puerto”. Luego de un tramiterío eterno y contratar un camión de mudanzas, apareció un nuevo escollo: el tipo que anotó el pesaje en España se había equivocado —vaya a saber cómo— y el kilaje que había traído resultó ser el doble. “El camionero me dijo que si el controlador del puerto lo revistaba, me podían meter una multa salada. Iba a tener que pedir un préstamo tipo diez mil dólares por muebles que no valían ni dos mil”.

La solución fue bien a la uruguaya: el camionero, que trabajaba mucho en el puerto, conocía al controlador de turno, le dio charla y charla hasta distraerlo y generar un ambiente tan distendido que ni puso ganas en pesar todas las porquerías que traía ese gallego. “Recién pude respirar luego de pasar la estación de AFE. Aprendí a no dar las cosas por sentadas y que hay que tener mucho cuidado con el excesivo apego a las cosas”. De esto culpa a su entonces pareja, hoy su ex.

The Hufftington Post enumeró 10 recomendaciones antes de mudarse. En primer lugar está deshacerse de todo lo que ya no sirva; regalar, vender o tirar siempre es mejor opción que acumular. Segundo: algunos cajones no tienen por qué vaciarse, sobre todo si tienen ropa u objetos no pesados; no hacen tanto la diferencia al cargarlos y ayudan una vez reinstalados. Relacionado con esto está el tercer punto: usar mucho las bolsas de basura, cuanto más grandes y resistentes mejor, para guardar ropa, peluches, almohadones, sábanas u otros elementos blandos; conviene no preocuparse mucho por la estética en la mudanza.

La cuarta y la quinta tienen que ver con las cuestiones a revisar antes de entrar en la nueva casa: asegurarse de que está pintada y coordinar bien las conexiones eléctricas y telefónicas. Muchas de estas recomendaciones pueden ser de Perogrullo, pero hay que pensar que pintar después de instalados ya es mucho más difícil y lo corta que es la paciencia de la gente, inversamente proporcional a su edad, cuando se pasa el tiempo sin wifi.

Los últimos cincos tips del Post —que por algo no son los primeros— ya podrían tomarse como pautas de conducta: comprar plantas nuevas para limpiar el aire y sentirse de nuevo en casa, tener conciencia de que harán falta nuevas adquisiciones para el nuevo hogar, saber que hará falta tirar más cosas luego de la mudanza, asumir que habrá crisis (de pareja, de los nenes, de uno mismo) y que habrá que bancarlas, y finalmente, regalarse un tiempo para readaptarse al nuevo lugar.

Yendo a lo más práctico, la Inmobiliaria Quorum, una de las más grandes de España, agrega en su página web otras recomendaciones dignas de ser tenidas en cuenta: no demorar la contratación de un servicio de mudanza, embalar con dos semanas de anticipación, hacerse de cajas (los supermercados suelen ser buenos proveedores), identificar las cajas embaladas (por dueño o por objeto), descongelar la heladera al menos un día antes, tener a mano algo así como un “kit de supervivencia” por dos o tres días (puede que no encuentres las cosas de inmediato una vez instalados), empezar el embalaje por la cocina y el estar, guardar la ropa con la perchas y, si hay una mascota, dársela por unos días a alguien de confianza para que la cuide. Si los niños pueden ponerse ansiosos, qué decir del pichicho.

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