Un alimento más que una decoración | El Diario Montañes

2022-05-27 22:13:08 By : Ms. Jojo Hou

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La flor de calabacín es un plato tan apetecible como visualmente bonito. / Fotolia

Considerada un alimento, la flor del calabacín es todo un manjar, con su textura curiosamente carnosa, pero muy suave y agradable al paladar, siempre y cuando se cocinen en su punto. Aunque otra de sus ventajas es que también son comestibles en crudo.

Entre las muchas curiosidades de la planta que da origen a esta flor, el dato de que al desarrollarse en diferentes puntos del mundo, su uso ha ido variando, desde su corteza para uso ornamental, artesanal o como instrumento musical.

Ancestral Después de la conquista de América su consumo se expandió a través de todo el mundo. De hecho, en México, en la ciudad de Oaxaca, se encontraron en cuevas semillas de la calabaza Cucurbita pepo, o calabacita, que da la flor dorada de calabaza. En las ciudades de Tamaulipas y Puebla se han encontrado también restos de su cultivo de entre 2.500 y 5.000 años.

Qué es Como su nombre indica, la flor comestible de la planta de la calabaza, de color amarillo naranja, y forma de embudo. La más utilizada para uso culinario pertenece a la especie Cucurbita pepo.

Doble género Entre sus peculiaridades, la planta tiene flores masculinas y femeninas y ambas se pueden consumir como alimento.

Crudas y en sopas Son un manjar incluso si se comen crudas, porque su sabor no es amargo; hasta en sopas. Y en Michoacán (México) las hojas se usan principalmente para dar una coloración a ciertas bebidas.

Beneficios. Medicinales, entre muchos mejora la visión, ayuda a la pérdida de peso, fortalece el sistema inmune y reduce el colesterol.

Jugosas y delicadas, ligeramente dulzonas, tienen unos sabores tan sutiles que hay quien lo asocia con aromas almizclados, incluso con frutos secos; todo un manjar. No obstante, su excelencia gastronómica depende de cómo se cocinen y con qué se acompañen. Por ejemplo, son perfectas para rellenar, gratinar, rebozar o freír.

Abundan más en los meses de verano, y se pueden encontrar en tiendas especializadas, a menudo envasadas en pequeñas cajas protectoras, debido a su naturaleza extremadamente delicada, y siempre refrigeradas. Lo importante es adquirirlas muy frescas, recolectadas a ser posible en las últimas 24 horas, mínimamente manipuladas y sin roturas o magulladuras. El color amarillento o anaranjado deberá lucir brillante y sin manchas. Y para su conservación más idónea, conviene no aplastarlas y mantenerlas refrigeradas, sin tapar, para su consumo en el mismo día o, como mucho, las 48 horas siguientes. Porque hay que tener en cuenta que pierden sus cualidades muy rápidamente.

Antes de cocinarlas hay que lavarlas sumergiéndolas en un recipiente de agua fría, con mucha suavidad, sin usar el chorro del grifo. Después, se secan usando un paño suave o papel de cocina y se aconseja retirar el pistilo o los estambres interiores. Tienen una cocción muy rápida. En Italia, donde su consumo es muy frecuente, al igual que en México y en Francia (en España, se están introduciendo) se suelen rellenar con una mezcla de ricotta, mozzarella u otros quesos y hierbas frescas; a veces también con jamón, pan rallado o frutos secos. Incluso con arroz. Pero como más típicas resultan al paladar es rebozadas y fritas (tanto con como sin relleno). Gratinadas, en el horno o simplemente salteadas son otras fórmulas. Y dependiendo de su tamaño se pueden añadir a platos de pasta, como aderezo de pizzas o en tortilla. Las más pequeñas son perfectas para tomar crudas, bien aliñadas, en ensaladas o tostas.

Rica en vitamina A y ácido fólico, potasio y calcio, como la mayoría de las verduras es poco calórica y, otra de sus ventajas, es el poder saciante. Es antioxidante y preventiva de enfermedades cardiovasculares.